Adiós Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal: el adiós del cura poeta que nunca se supo arrodillar

El sacerdote y ex ministro de Cultura sandinista murió la noche del domingo 1 de marzo de 2020 a los 95 años. Uno de los líderes de la Teología de la Liberación, fue perseguido por Juan Pablo II y rehabilitado por Francisco, y se convirtió en el mayor crítico de Daniel Ortega.

La imagen dio la vuelta al mundo, y fue el símbolo de lo inflexible de un pontificado. El 4 de marzo de 1983, Juan Pablo II llegaba a Nicaragua, y su ministro de Cultura, el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, lo recibió arrodillado. Con gesto duro y el dedo índice señalándole, Wojtyla reprendió públicamente al religioso por formar parte (también su hermano Fernando, otro sacerdote) del Gobierno sandinista.

El Papa que odiaba a los comunistas no podía soportar a dos curas, integrantes de la Teología de la Liberación, formando parte de un Gobierno ‘rojo’. “Usted debe regularizar su situación”, le amonestó Wojtyla. Cardenal sólo pudo callar, sonreír, y seguir hacia adelante. Ese cura arrodillado, que jamás postró sus ideas, acaba de morir, a los 95 años, en Managua.

Juan Pablo II amonesta públicamente a Ernesto Cardenal, Nicaragua 1983.

Ernesto Cardenal nunca fue un cura al uso. Poeta, político, intelectual reconocido en todo el mundo, fue condenado por el Vaticano pocos meses después de aquella visita de Wojtyla, y debió esperar 35 años para ser rehabilitado por la Iglesia. Tuvo que ser Francisco, el primer Papa latinoamericano, quien volviera a permitirle celebrar la Eucaristía.

Un guía moral

Las condolencias no tardaron en llegar. El también escritor nicaragüense, y premio Cervantes 2017, Sergio Ramírez, afirmaba que “al morir Ernesto Cardenal (pierdo a un hermano mayor, amigo entrañable y vecino de muchos años, un guía moral, un modelo literario, y con él se va parte esencial de mi propia historia”.

La muerte fue anunciada por su compañera, la poetisa Gioconda Belli. “Les escribo para avisarles que Ernesto Cardenal, nuestro gran poeta, acaba de morir a sus 95 años, después de una vida de entrega a la poesía y la lucha por la libertad y la justicia”, afirmó Belli, añadiendo que el poeta será enterrado en la comunidad que él mismo fundó, Solentiname, e invitó al pueblo nicaragüense a participar, este lunes, en el funeral en la catedral de Managua en la Catedral de Managua.

No adoro dictadores

Por su parte, el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, que según algunas fuentes dio la extrema unción a Cardenal, dio su último adiós al amigo, Ernesto Cardenal, quien ahora puede cantar su Salmo 15 delante de Dios: ‘No hay dicha fuera de ti. Yo no rindo culto a las estrellas de cine, ni a los líderes políticos y no adoro dictadores’”.

“Mi poesía tiene un compromiso social y político, mejor dicho, revolucionario. He sido poeta, sacerdote y revolucionario”, se definió en 2012, al ser reconocido con el Premio Iberoamericano de Poesía Reina Sofía.

Merton y Solentiname

Nacido el 20 de enero de 1925 en Granada, en el seno de una de las familias más respetables del país, el futuro sacerdote creció en una de las casonas más emblemáticas de la capital conservadora de Nicaragua. Aunque su familia había decidido para él la carrera de Derecho, su familia se rindió ante su vocación literaria, viajando a México y Estados Unidos. Sin embargo, en 1957, Ernesto Cardenal ingresaba en el monasterio trapense de Gethsemaní, en Kentucky. Allí el religioso conoció a su mayor influencia literaria: Thomas Merton, quien fue su maestro de novicios. Su influencia fue decisiva para la fundación de la comunidad de Solentiname, donde será enterrado esta semana.

Solentiname se convirtió, desde su fundación en 1966 en un refugio para los líderes guerrilleros que luchaban contra la dictadura de Somoza. Tras el triunfo de la revolución en 1979, Cardenal fue nombrado ministro de Cultura, cargo en el que permaneció hasta 1987. Su hermano Fernando fue titular de Educación hasta 1990.

“Mi fe es en Cristo, no en el Vaticano”

“El cristianismo tal como lo vemos en el Vaticano, no es el que Cristo quiso para la iglesia; pero mi fe es en Cristo, no en el Vaticano; si el Vaticano se aparta de Cristo, yo sigo con Cristo”, explicaba Cardenal a la BBC en 2007. Sin embargo, la llegada de Francisco y su idea de Iglesia pobre y para los pobres volvió a acercar al teólogo a la cúpula vaticana. Y si Juan Pablo II le condenó, Bergoglio rehabilitó al poeta revolucionario.

No ocurrió lo mismo en lo político. Desencantado por la corrupción sandinista, Cardenal se apartó de Daniel Ortega, convirtiéndose en su mayor crítico después de su regreso al poder en 2007. De hecho, los últimos meses del poeta estuvieron marcados por una creciente persecución. Hace justo un año, el sacerdote trapense exigió la salida de Ortega y de su mujer, Rosario Murillo. “Queremos simplemente que la pareja presidencial se vaya, no hay nada que dialogar (…). Ellos deberían saber lo que está pasando sin que yo se los diga. No tengo libertad para decirlo, no hay libertad de ninguna clase. Cualquiera puede sufrir la represión. Ni yo estaría libre tampoco”

Sin embargo, al conocerse el fallecimiento del poeta, el Gobierno ha decretado tres días de duelo nacional, calificando a Cardenal de “gloria y orgullo” de Nicaragua.

Por: Jesús Bastante / Religion Digital

Adiós Ernesto Cardenal

A mediados de los años setenta cayó en mis manos el diario de William Agudelo, Nuestro lecho es de flores, publicado en México con prólogo del recientemente fallecido poeta Ernesto Cardenal (1925-2020). La obra reunía las anotaciones libres e íntimas del joven colombiano, escritas a lo largo de cuatro años (1964-1967), uno vivido en el seminario en Medellín, otro en la vida mundana y dos en Solentiname. Así nació la ilusión trunca de viajar al archipiélago en el lago de Nicaragua para vivir la experiencia de la comunidad revolucionaria de poetas, músicos, pintores que rezaban la Misa Campesina de Carlos Mejía Godoy y cantaban Cristo nació en Palacagüina. A Solentiname acudían grandes escritores, como Julio Cortázar, Salman Rushdie, Sergio Ramírez, Pablo Antonio Cuadra, y miles de peregrinos pintores, fotógrafos y músicos encandilados por la experiencia, pero yo me quedé con la gana insatisfecha porque un día la comunidad fue dispersada y destruida por la Guardia Nacional, en los días previos a la Revolución sandinista. Mi ilusión fue compensada una década más tarde, luego de una noche memorable, cuando a mi llegada al apartamento en el centro de la ciudad, Mariel me hizo gestos para que me apurara al teléfono. Era el poeta Cardenal, invitándonos a visitar Managua. Aún recuerdo la emoción del momento. El poeta era Ministro de Cultura, y la oficina estaba en una amplia casa que creo había pertenecido a Anastasio Somoza. La recepcionista saludó con mucha confianza: “¿Si amor? ¿A quién buscas?” El poeta tenía puesta la boina vasca y la camisa blanca campesina que fue su hábito personal, sustituto de la sotana, reminiscencia del hábito blanco de sus días en el monasterio trapense de la Abadía de Getsemaní en Kentucky, donde conoció al poeta Thomas Merton, el genial autor de La montaña de los siete círculos, y de aquellos versos extraordinarios sobre las mujeres que caminan por las calles como flamencos, que fue quien lo despertó al activismo social.

El poeta Cardenal se había hecho muy popular internacionalmente con la Hora 0, Epigramas y los Salmos, y era común escuchar la Oración por Marilyn Monroe, que había trascendido. Su estilo de poesía narrativa se convirtió en toda una referencia pop, y pienso que de alguna manera influyó o conectó con la poética dialectal latinoamericana, creando un después de Vallejo y Neruda, al lado de autores fundamentales como Nicanor Parra en Chile o Jaime Sabines en México, sus contemporáneos.

Nuestra visita a Nicaragua tuvo miles de aristas, pero la nostalgia invade con las calles tranquilas, los vasos hechos con mitad de botellas esmeriladas, tragos de ron extra seco con yerbabuena, y figuras famosas a su lado, como el poeta Carlos Martínez Rivas.

La Revolución terminó luego de una década convulsa, y después de otra década apareció en España el primer tomo de sus memorias, Vida perdida, que es la mejor, seguido por Las ínsulas extrañas y La Revolución perdida. La obra se publicó en marzo de 1999, para dar fin al siglo XX, y volvió a refrescar la imagen del autor, porque añadió a sus dotes de poeta, las de narrador que cuenta sus años de infancia, adolescencia, juventud y espiritualidad de trapense. Una vida que coincide con los grandes cambios en el mundo y en la región, que se nutre de ellos, que los alimenta. Dentro del relato va incluyendo los poemas que lo hicieron famoso, dando prácticamente una explicación de cómo se gestaron, compartiendo su significado sencillo, desvelando los amores encubiertos, los temores y la inseguridad de un joven que lo tenía todo y que no quería nada.

Entre líneas se evoca la imagen omnipresente del dictador Somoza, que conmueve cuando la novia se le casa y el padrino es el tirano, y cuando al terminar la misa pasa la caravana de Somoza frente a la librería donde estaba Cardenal, con las sirenas ululando para confirmar que el sacramento se había consumado.

El poeta Cardenal murió el primer domingo de Cuaresma, pero su obra y el testimonio de su vida intensa quedan en los libros. Adiós, poeta.

Por: Adolfo Méndez Vides / El Periodico 

Los Años con Cardenal

Ernesto Cardenal murió el domingo pasado, a él le debo la poesía y algunas otras utopías enredadas. Me torció la vida, por así decirlo, me abrió la ruta hacia una aventura intelectual que me define, para bien o para mal, hasta el momento mismo, en que intento escribir estas líneas para agradecerle esas palabras leídas con fervor adolescente, para agradecerle la Hora ceroGethsemani Ky, la Oración por Marilyn Monroe

Me encontré con él a los 15 años, cuando cursaba 4º. Magisterio. Méndez Vides me recuerda un libro que fue definitivo en aquella época para nosotros: ‘Nuestro lecho es de flores’, del poeta colombiano-nicaragüense William Agudelo. Una serie de reflexiones, apuntes, notas de diario que me marcaron en una época en que me debatía entre el cristianismo pos Vaticano II, el rock’n’roll y el existencialismo sartreano. William había sido seminarista, hippie, beatnik, nadaísta, rockero, cantante de protesta y “bailador de twist”, como lo define Cardenal en ‘Las ínsulas extrañas’. Fue por él que supe de Solentiname, esa comunidad entre mística, revolucionaria  y lírica que el poeta de los Salmos y los Epigramas había fundado, por influencia de su maestro Thomas Merton, en un islote del Gran Lago de Nicaragua, muy cerca del río San Juan y de la legendaria finca del mítico José Coronel Urtecho. Carlos Laínez –hermano lasallista, mi profesor de teatro y literatura, a quien le debo mucho– me regaló entonces la ‘Antología’ de Cardenal publicada por Educa, justo antes de que yo partiera de vacaciones a un pueblo refundido en el fin del mundo, en donde si no leías, te morías de aburrimiento. Yo, que era absolutamente sordo para la poesía, regresé de la experiencia recitando de memoria (o al menos intentándolo) aquello de  “Noches Tropicales de Centroamérica,/ con lagunas y volcanes bajo la luna/ y luces de palacios presidenciales,/ cuarteles y tristes toques de queda”. Siempre que aterrizo en Managua se me vienen a la cabeza estos versos.

El segundo encuentro ocurrió en París, en la Maison de la Mutualité, a finales de 1982, durante un acto de solidaridad con Centroamérica. Ernesto Cardenal, Roberto Armijo y Manuel José Arce leyendo poesía. Una noche que guardo para siempre en la memoria, que me regaló dos cariños entrañables (Roberto y Manuel José) y el privilegio de cruzar dos o tres palabras con el autor de los poemas que me habían cambiado la vida.

A principios de 2005, mi queridísimo Luis Rocha me invitó a participar como jurado en el certamen de poesía latinoamericana celebrado en ocasión de los 80 años de Ernesto Cardenal. Fue una experiencia de lo más memorable y grata. Quince días recorriendo con Luis paisajes y pueblos nicaragüenses, entre ellos Niquinohomo, donde nació Sandino; platicando con Claribel Alegría, Sergio Ramírez, la poeta cubana Nancy Morejón y algunas míticas figuras de la lucha antisomocista. El mayor privilegio, una charla personal con Cardenal que duró una mañana, en donde hablamos de Merton, de Joaquín Pasos, de José Coronel, de Carlos Martínez Rivas, de la gran poesía nicaragüense y de la gran poesía norteamericana, de Solentiname, de la revolución perdida, de todos esos mitos que él me había regalado.

Por: Luis Aceituno / El Periodico

 

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